
Y en esta realidad se entronca la otra razón por la que pertenecer a una asociación de consumidores es necesaria. No es otra que la fuerza. Porque de ella va a depender su voz y la potencia de su palabra, muchas veces, casi siempre en nuestro mundo, de denuncia. Porque hay cosas que no van bien, que deberían ser de otro modo y que, a pesar de las leyes, quizás demasiadas, siempre hay quien se sale de ellas y actúa como si no fuera con él (o ellos).
Por todo ello, por la necesidad de contar con asociaciones independientes y potentes es por lo que quiero abogar hoy. Siempre, en mi casi cuarto de siglo en una de ellas, añoré la realidad de los países de arriba de Europa, cuyas asociaciones de consumidores son tan poderosas que son capaces de hacer que una ley, del tipo que sea, si les afecta, pase antes por una consulta previa y que ningún gobierno que se precie ose sacar adelante cualquier norma sin contar con el beneplácito de una asociación de consumidores.
Son países con asociaciones de consumidores consolidadas sin que la división por otros motivos haya hecho mella en ellas. En el fondo, defienden los intereses de todos los consumidores y éstos suelen ser bastante similares (con cuantos matices se quieran poner) en todos los casos.
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