Mal servicio se hace a los consumidores
españoles si se les transmite el mensaje de que comprar marcas blancas es
sinónimo de desafección a las industrias patrias o al fruto del trabajo de
nuestros agricultores y ganaderos. Mucho peor es hablar de marca blanca
como de mala calidad.
El consumidor sabe que debe comprar
siempre aquellos productos que, siendo seguros, tienen buena calidad o, al
menos, una buena relación entre la calidad y el precio. Un simple vistazo a la
hemeroteca de revistas especializadas nos pone de manifiesto que, muy a menudo,
las llamadas marcas blancas merecen una buena valoración. Las razones
son fáciles de entender:
·
las cadenas de
distribución que están detrás de las marcas blancas (algunas de ellas de
capital muy español, si es que el dinero tiene banderas) ponen en juego su
nombre en las marcas exclusivas que venden;
·
el ahorro en
publicidad es notorio, si tenemos en cuenta las cantidades que, en ese capítulo,
gastan las otras marcas;
·
los fabricantes
de las marcas blancas o de distribuidor son los mismos que ponen en el
mercado sus propios productos.
Es cierto que los problemas del campo y
la cabaña nacionales sean graves. Pero,
no lo es menos que mientras se culpabilice de ellos, aunque sea en parte, a los
que ponen marcas blancas en el mercado pocas posibilidades hay de acertar
con sus soluciones.
Las marcas blancas constituyen
para los consumidores una excelente opción de compra como uno tras otro vienen
poniendo de manifiesto los análisis de revistas especializadas.