Dicen que es el mal del futuro. Y creo que dicen bien. Es la
llamada neofobia o rechazo a consumir "nuevos" alimentos. Por regla general, un niño puede rechazar loas
nuevos alimentos hasta una edad determinada que suele acabar a los cinco años,
aunque su más pleno auge se sitúa dos o tres año antes. Es lógico. "Los
niños y niñas que experimentan neofobia alimentaria presentan también signos de
angustia y ansiedad, y el comportamiento incluso puede llegar a ser habitual en la edad adulta" dice la investigadora de la Facultad
de Psicología de la UPV/EHU, Edurne
Maiz, que ha estudiado el fenómeno en su tesis doctoral.
Como tal fenómeno tiene connotaciones ambientales si por tal
entendemos que es preciso desarrollar un marco adecuado para el desarrollo no
de la neofobia sino de la neofilia, es decir, de la capacidad de encontrar
pautas adecuadas para introducir en la dietas alimentos nuevos.
En esto, como en tantos y tantos ámbitos, el papel y el
control de los padres es fundamental. Saber que es lo que comen y cuándo lo
hacen es necesario. Muy a menudo son ellos los que desarrollan hábitos alimentarios
en los niños y son ellos, muchas veces por "dejadez" los responsables
de que los niños desarrollen esta neofobia.
En ese equilibrio en el que los padres deben fijarse y
atender a la presión que se ejerce a la hora de que un niño coma (o no)
determinados alimentos. Porque muchas veces el
rechazo tiene raíces que tienen muy poco que ver con los ingredientes
del alimento. Por eso, un clima adecuado es muy importante a la hora de
introducir nuevos alimentos en la dietas de nuestros menores.
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