El "pájaro" en cuestión, que raramente visitaba a su madre, había robado a su madre 166.000 euros (en moneda inglesa, claro) desde que había sido declarada su incapacidad por padecer demencia senil. Se descubrió todo porque la madre hubo de hacer frente al pago de una factura, exigida por el asilo, de unos 40.000 euros. La mujer se vio entonces que no tenía dinero para hacer frente a ese pago, exigido a su hijo, representante legal de la anciana. No solo no tenía dinero para hacer frente a esa deuda sino que aun debía dinero.
Martin, que así se llamaba el interfecto, que trabajaba como jefe de proyecto de Ernst and Young, tenia plenos poderes para manejar el dinero de su madre y cuya casa había llegado a vender, no dudó en confesar al juez que "le cobraba por visitarla en la residencia y manejar sus bienes lo mismo que cobraba a sus antiguos clientes de la consultoría".
Su cinismo fue tal que planteó al juez que carecía de sentido hacer que devolviera dinero a su madre. Su argumento: “Yo soy el único beneficiario de la herencia y cualquier restitución volverá a mi cuando mi madre se muera, que teniendo en cuenta su estado actual de salud, es probable que sea más pronto que tarde”.
Esta actitud fue calificada como "repugnante" por parte del juez que decidió hacerle pagar por lo ocurrido.
Traigo el caso porque me ha impactado. aunque sólo muy de paso, se pueda hablar de consumo...
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