A los problemas derivados por lo que
implica dejar el hábito de fumar y al síndrome de abstinencia, el hecho de
ganar unos gramos de más es sin duda un elemento a tener en cuenta.
Porque una de las consecuencias más
habituales que señalan quienes dejan de fumar es un incremento de peso. Conclusión
que parece estar comprobada por estudios bastante serios. Uno de ellos,
presentado en el Congreso de la Asociación Americana del Corazón, celebrado en
Chicago, es bastante claro: el riesgo de accidente cardiovascular se reduce drásticamente
de manera que es un 49% menos, a pesar de que se gane peso.
La cuestión es bastante clara: se
trata de poner en una balanza una reducción tan importante del peligro de
perder la vida frente al hecho de seguir con un hábito que cada día resulta más
difícil del entender, como es el de fumar.
Desde mi punto de vista, la elección
debería ser bastante sencilla, al menos en lo que afecta a este aspecto: por
mucho peso que se gane siempre será preferible al importante riesgo que hay que
afrontar. Y ello a pesar de que, como ya he recogido en esta misma página, el
humo del tabaco no es el único que llega a nuestros maltrechos pulmones.
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