jueves, 4 de septiembre de 2014

SIGUIENDO CON LA LETRA PEQUEÑA...

Debo decir que me considero consumidor consciente. Con derechos y con la obligación de ejercerlos, aunque no siempre lo haga. Quizás uno de los principales problemas de ser un consumidor consciente es la terrible percepción de lo fácil (y muchas veces, casi siempre, gratis) que resulta vulnerar esos derechos. Tarea que, a menudo, se encomienda a la "letra pequeña".

Lamentablemente es así. Cada día más veo que el moverse por el mundo del consumo implica hacerlo por el centro de una infinidad de intentos de hacernos caer en la trampa de esa letra pequeña que acaba por abrumar y, en consecuencia, de hacernos bajar los brazos.

Supongo que alguno de vosotros habréis "leído" (pienso que leer implica entender y no estoy seguro de que ése sea el caso) el contrato, largo y farragoso, de un producto financiero. Contrato pensado en interés de la empresa que lo emite, nunca del consumidor-cliente que lo firma. Y contrato en el que esa letra pequeña cobra su trascendencia cuando el consumidor-cliente pretende hacer valer sus derechos. Es entonces cuando esa letra pequeña adquiere unas dimensiones tan brutales que solo cabe preguntarse sobre cómo se pudo firmar tal renuncia de derechos. Y es entonces cuando la cosa no tiene otra alternativa que la batalla en tribunales, batalla con final incierto y, sobre todo, largo, largo.

Por eso siempre pensé que el papel de las asociaciones de consumidores es importante. Porque considero que una de sus principales misiones es ayudarnos, como consumidores, a prevenir para evitar esos sustos tan ligados, muchas veces, a la letra pequeña de los contratos... financieros o no.

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